PROMETEO Y LA EDUCACIÓN

21 12 2010

Carmen Ibáñez, profesora de Geografía e Historia.

Corren tiempos en que la educación parece haber desaparecido, parece haberse desinflado, vaciado. La Escuela, eterna esperanza para ser mejores, se mece y esfuma cual isla entre un océano de niebla y olas gigantes. Se queda sola y vieja la Escuela. ¿Se han quedado solos y viejos, también, sus objetivos? La cultura, el saber, el pensar ¿valen?, ¿sirven para vivir? Prometeo, el benefactor de la humanidad, desde su morada en lo alto nos mira preocupado. Su sacrificio, su horrible castigo: 30.000 años encadenado a una roca de la cima más alta del Cáucaso a la que cada día llegaba el águila de Zeus para devorar sus entrañas que se regeneraban durante la noche en una secuencia de sufrimiento interminable. ¿Por qué? Qué horrible delito había cometido Prometeo? Uno gravísimo: Robar a los dioses el fuego para entregárselo a los hombres. El fuego era calor contra el frío y defensa contra las fieras, pero además era luz para comprender, claridad para pensar, resplandor para aprender, inspiración para crear o antorcha para decidir bien. Los dioses estimaron que estos atributos les correspondían en exclusiva. El fuego fue nuestro a cambio de una brutal condena. La Escuela, cuidando ese fuego, produce mensajes y pronuncia palabras: fraternidad, solidaridad, sensibilidad, respeto que se reciben como cánticos de dinosaurios entre telarañas de antiguas historias. Y es que a la Escuela y sus valores le han surgido muchos y muy poderosos competidores, muchas y muy poderosas antiescuelas. Podemos destacar dos: La televisión, hidra de nueve cabezas, envenena y hace vulgar y zafio el lenguaje, promueve las maneras más inelegantes, el trato desagradable, potencia el tener por encima del ser, otorga honor y virtud a los violentos, defiende el éxito sin esfuerzo, desmerece la inteligencia, el leer o la cultura, todo ello con la garantía, “anunciado en televisión”, de que lo que se ve y oye es “bueno”. O los “juguetes” interactivos de última generación, cuya propuesta de entretenimiento consiste en matar más y mejor, pero ya no marcianitos o habitantes de otras galaxias sino personas, añadiendo además alguno contenidos racistas, xenófobos, machistas y otros expresamente fascistoides tan realistas que, frecuentemente, diferenciar ficción y realidad, se convierte en tarea difícil cuando estos juegos se practican y “aprenden” desde la más tierna infancia. Pero no perdemos la esperanza. En el mundo antiguo cada primavera regresaba Perséfone desde el Hades y con su llegada crecían las plantas, aparecían las flores y las cosechas. Aquí también. Porque junto a los que no pueden resistirse a los mensajes de las antiescuelas, existen y son muchos los insumisos, los alternativos y altermundistas, los que no quieren ser personas uniformemente vestidas, pensadas, habladas, es decir globalizadas, los que apuestan por forjarse un carácter, por competir con uno mismo para mejorar, tener criterio propio, desarrollar una personalidad, aprender de los errores, los que luchan contra la brutalidad, la estupidez, a favor de la justicia, los voluntarios en organizaciones de ayuda, los que se responsabilizan de su vida y de todas las vidas. Vivir es decidir. Somos lo que somos porque hemos decidido serlo. Las circunstancias condicionan, no determinan. Nosotros seguimos creyendo en la Escuela. Seguimos creyendo en la educación, en el ejercicio de valores que nos permitan aprender a ser, aprender a convivir y aprender a tomar decisiones para una vida buena. Es un homenaje a Prometeo. Guardamos el fuego.


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